miércoles, 8 de diciembre de 2010

2O1O, EL VAIVÉN

Otros 365 días acuñados. Quizás en la misma habitación, misma ciudad, mismas manos, pero distinta silla o computadora las que sean testigos de lo que hace justo un año se intentaba predecir para el que se ha hecho llamar 2010.
Lo bueno y malo, así se cataloga un fugaz balance. Si algún nombre tuviese que titular dicho año sin duda sería “El discreto”. Nuevamente, recordando al 2008, la balanza negativa vuelve a ganarle la partida a la positiva, aunque no en todos los terrenos.
Arranca el año con desilusiones, falsedades y alguna que otra alegría para no empañar un período par, anhelado por mi persona. Un niño regalado por el 2009 se incrustaba cada segundo entre mis raíces y arañaba las pocas sonrisas que auguraban lo que iba a ser el 2010.
Barcelona es sin duda una de las estampas que enmarcan al año que acaba. Un verano agridulce; arena por el desamor, el engaño, un nuevo tropiezo, gotas de sangre desde el corazón. La etapa, sin duda, más dura recordada desde mi conciencia. La soledad se alquiló gratuitamente y sin permiso, una habitación en mi alma, y desde entonces junto a la amargura, me ha seguido la sombra de mis pasos.. Pero cal en el trabajo, un progreso que caminaba al son de una locomotora a vistas de España y Europa.
Recoge una de las mejores ferias de Mayo de mi vida, por el momento, en el que por primera vez me enfundé el traje que emula a mi moruna ciudad agarrado del brazo de mi inseparable gitana, hermana, amiga y confidente, que por cierto, sigue aumentando en cariño otro año más. Única temporada del año feliz, emocionalmente hablando. A continuación, el paso de las lágrimas.
De vuelta a la rutina, los desaires del desamor deciden no irse, persisten en mi maleta de viaje y amenazan con pasar unos meses a mi lado. Así fue. Entre las gotas de vino andaluz, y las sevillanas del pueblo que me vio nacer, ardía una nueva ilusión, se quemaba otra historia de amor más, la tercera y última del año.
Frío, mi gran esperanza. Parece mentira que sea la etapa del año que mejor me encuentro, la temporada otoñal en la que mis ilusiones comienzan a resurgir, aunque solo sean rumores contados a una almohada. La soledad y la amargura ya no me telefonean tan a menudo, ya no trotan a mi lado. Miro atrás y se pixelan entre la niebla navideña.
Huele a nueva temporada, a nuevas vidas, nuevos amores... ¡Nuevo año!, si, según experiencias.. la felicidad entiende de años impares: 2011 ¡Buenos días!

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